por Segundo el Vie May 30, 2014 9:20 am desde Laboulaye, Cordoba, Argentina
29 de mayo
Me está pasando algo que no había previsto. El hecho de estar escribiendo este diario está alterando radicalmente la dinámica de mi viaje. Esto ocurre porque el ida y vuelta con los lectores no es inocente, tiene un efecto muy fuerte.
Podría decir, sin dudarlo, que los lectores están viajando mi viaje. Lo tocan, lo transforman, lo impulsan. Ya no es un viaje en solitario, es una caravana de soñadores y esto me conmueve, y mucho. No sé cómo explicarlo mejor, solo puedo decir que mis ojos ya no ven para mí mismo, hay muchos viendo a través mío y eso me da un poco de pánico escénico.
He salido hoy a caminar solo para capturar la vida, con esa idea en mente. Miro con una intensidad que va más allá de mi costumbre.
En una esquina encuentro a una señora cambista. Las casas de cambio en Cocha son gente sentada en la calle, en un banquito alto, con un bolsito en el regazo o una mesita. Esta señora tiene también un cartel que dice dólares, euros, reales (pesos argentinos, no. Nadie te los cambia) La imagen es hermosa y le pido si puedo sacarle una foto. Se niega rotundamente. Le pregunto la razón.
-Sáquele fotos a las jovencitas, señor, no a las viejas, me responde.
Tomo la calle San Martin para ir a “La Cancha”. Es el mercado a cielo abierto más grande de Sudamérica, un verdadero mercado persa, gigante y laberíntico, donde uno puede encontrar todo.
En el trayecto a pie –quise tomar un taxi pero me rechazó, el tráfico es endemoniado en las cercanías del mercado, y la tarifa es fija, no por reloj- observo que aquí la gente vive en la calle, todo ocurre en la calle, el mundo está en la calle. Me pregunto sinceramente si habrá vida en los interiores de los edificios durante el día.
Veo un tipo arrodillado en la vereda, dibujando con tiza. La gente le pasa por todos lados, pero no lo molesta. Sospecho que es el comienzo de una obra bastante grande, y muy efímera. ¿Cuánto puede durar un dibujo hecho de tiza en una vereda? Él lo sabe, seguramente, y juega con eso.
Llegar a la Cancha es como perderse en una selva. No sabes para dónde agarrar, no sabes dónde termina, se extiende hacia todos los lados y sobre todo hacia adentro, porque en el interior de cada manzana del mercado hay otras callejuelas, repletas por un infinito cosas. Allí adentro la gente come y comercia, canta y respira, habla y discute. El mercado parece una suma de lo posible, expandida en millares de puestos y recorrida por inmensidades de personas.
(Banda de sonido de este tramo del relato: muchas voces, bocinazos continuos en el tráfico trabado, música, gritos)
Pues bien, he entrado con cierta timidez y he observado con atención. Debo decirles que saqué unas pocas fotos, pero recibí muchas puteadas en quechua también, y algunos gestos nada amistosos. No les gusta que los fotografíen. Es como si los vejaras. Así que no saqué más fotos, pero las que tengo bastan para que se den una idea.
Cuando estoy en un lugar trato de no molestar, de pasar lo más desapercibido posible, aunque sé que es imposible. El gringo sacafotos empedernido me cae para el culo, porque no registran nada, ni les importa.
Quisiera agregar que hay muchísimos mercados, más pequeños, además de La Cancha. El mercado, en toda Bolivia, es una institución vital, un modo de vivir. Digo esto desde mi completa curiosidad, no desde el saber. Es solo lo que percibo.
Ayer les prometí lo del San Lunes. Ahí va:
Resulta que en Cochabamba los obreros, los changarines, los operarios, trabajan toda la semana para llegar al finde y desquitarse, bebiendo, comiendo y “farreando”. Hasta ahí todo normal, como en cualquier sitio, solo que con más énfasis. Pero el envión de este desquite continúa más allá, y abarca también el primer día de la semana (el San Lunes de marras) donde el ausentismo en los lugares de trabajo es notable.
En dos palabras, siguen de joda. Esto produce una colisión con los que arrancan a laburar, y por esa razón el 60% de los accidentes de tránsito, por ejemplo, ocurren ese día.
Las autoridades comunales decidieron entonces establecer una ley seca que durase solo ese día. Pero Cochabamba tiene, también, una gran tradición de resistencia civil. Salen a la calle y no los para nadie (Aquí tuvo lugar la “guerra del agua”. Hubo una verdadera batalla callejera cuando se la quiso privatizar, y les torcieron el brazo)
Esta vez ocurrió lo mismo, la gente salió a la calle, sobre todo los vendedores de chicha, los que hacen comidas y hasta la casa de la cultura, y tuvieron que dar marcha atrás. El San Lunes sobrevivió.
Como dice mi amigo Jaime (el dueño del hotel) cuando me contó esta historia, en Cocha la gente “no se deja”
Ahora un asunto más bien filosófico. Llevo tres días en esta Ciudad, me he hecho mis pequeñas rutinas, como ir al café Paris en las mañanas, sentir que el Hotel es mi casa, comer en mi puestito favorito, pasear por las tardes buscando cosas extraordinarias. Esta rutina me establece, me fija. ¿Cómo se entiende que uno esté “viajando” pero, a la vez, no se mueva de un sitio?
Miro mi moto en el patio, a la que hoy le he dado un poco de merecida atención (lavadero, pequeñas reparaciones, buscar una calco para tapar el rayón) y ella me mira a su vez como diciendo ¿Cuándo seguimos?
Ni idea, Peregrina, ni idea.