Después de una noche de asado entre amigos y con un día que prometía temperaturas agradables y buen clima, decidimos con Gustavo, hacer una salida hacia la estepa Patagónica recorriendo algunos caminos rurales. Lugares que ya conocíamos pero que se disfrutan por lo agreste y desolados en gran parte de su recorrido.
Cruzando el Rio Limay a la altura de Villa LLanquin por una pasarela, luego de atravesar unos 300 m entre casitas dispersas y simples, el camino comienza a subir incesante por un angosto valle. Este sector al que le han pasado una máquina para mantenimiento, nos ofrece sectores con muchas piedras sueltas y guadales de polvo. Bastante “fesh-fesh” como dirían en el Dakar, que nos obligan a estar muy atentos a las reacciones de las motos.
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Cuando se sale del valle, se atraviesa una especie de llanura donde el camino serpentea trepando a menor ritmo, hasta alcanzar el punto culmine con una vista espléndida y distante del Cerro Tronador y parte de la cordillera. Se han recorrido solo unos 12 km desde el rio y ascendido 640 m.
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A partir de ese punto, el camino viborea permanentemente para abrirse paso a través de campos de pobladores rurales que han establecido sus puestos, principalmente, en depresiones donde hay algún indicio de agua, permitiendo la vida y las pasturas de los mallines para sus animales. En realidad, la mayoría de los casos estos caminos unen puestos, por lo que a menudo se suele pasar directamente ante la puerta de las humildes casas rodeadas de unos pocos álamos y mimbres, una imagen clásica de estos lugares. La zona se vio muy castigada en la época de la erupción del Puyehue-Cordon Caulle en 2011, encontrando aún hoy vestigios de cenizas y arena volcánica en el suelo. Es común en días de viento que la atmosfera se cargue de esas partículas enturbiando el ambiente.
Hay un par de reglas que se deben respetar cuando se transita por esos lugares, debido a la presencia de animales, no hacerlo a grandes velocidades para no espantarlos y las tranqueras se deben dejar como se encuentran, sobre todo cerrarlas a nuestro paso.
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La casita de Doña Clara es muy simple, de madera, con techo de chapas de cartón, emplazada en un patio grande rodeado de un alambrado en las márgenes del mallín, la presencia de un par de álamos proveen algo de sombra al predio, a un lado una huerta lucha contra los rigores del entorno. A ojos de alguien citadino, todo denota la humildad y simpleza con que se vive en estos parajes. Cuando Doña Clara salió, al escuchar las motos, nos arrimamos a saludar y su encanto y charla nos mantuvieron un rato disfrutando de la quietud de la tarde. No había prisa.
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Al cabo de un tiempo, continuamos por la huella hasta chocar con una tranquera con candado de la estancia Pilpilcura que nos obligaba a doblar a la derecha.
Pasamos algunos puestos y una escuela, hasta encontrarnos con un pequeño y desolado cementerio a la vera del camino. Solo un gran pino daba la nota de color en contraste con la casi monocromía del lugar.
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Un poco más adelante encontramos el Rio Pichileufu, descendimos a un lado del puente hasta la playa de piedras y una buena mateada con algo para picar completó el momento de relax!.
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El camino continúa siguiendo ahora el valle del rio. Pasamos por “La Cooperativa Peumayen”, donde se congregan los lugareños, que tienen como tarea de sustento la producción ovina y lanar principalmente. Allí se realizan todo tipo de actividades, tratando de satisfacer algunas de sus necesidades básicas que puede provocar el cierto aislamiento que conlleva vivir en esos parajes.
El camino era duro, mucha piedra y algunos zigzag para trepar por las laderas e ir bordeando el valle. La llegada a la escuela hogar 321 nos anunció la pronta llegada a la Ruta Nacional Nº 23. Esta nace sobre la RN3 cerca de San Antonio Oeste y atraviesa la Pcia. De Rio Negro hasta la localidad de Dina Huapi, sobre la RN40, cercana a Bariloche.
A pesar de unos pocos km de asfalto el resto todavía es de ripio, pero las motos avanzaban a buen ritmo coqueteando con las piedras que por momento las hamacaban de un lado al otro.
La llegada al rancho, desensillar y matear con la patrona fue un trámite obligado.
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