por Segundo el Jue Oct 16, 2014 11:55 pm desde Laboulaye, Cordoba, Argentina
16 de octubre
Si yo tuviese un maestro de viajes, un venerable anciano lleno paisajes en los ojos, tatuado de aventuras, seguramente me diría:
“El viaje solo termina cuando llegas a tu hogar. Hasta tanto mantente completamente atento, porque la sorpresa puede aparecer en el último recodo del camino”
Este viejo maestro se llamaría Tao Road, y me hablaría montado en una Harley dorada, por telepatía, desde algún lugar exótico como las Filipinas, o Katmandú. Y yo lo escucharía, porque los viejos siempre tienen razón a menos que tengan demencia senil, lo que sería una verdadera pena, la sabiduría es un bien escaso en estos tiempos.
Así pues quiero pasar a relatar la anteúltima jornada de este ya larguísimo viaje. Recuerden las palabras de tao Road, porque se verá hasta qué punto son pertinentes.
Me desperté temprano, muerto de sed. El aire acondicionado había colapsado en medio de la noche y mi garganta parecía el desierto del Sinaí. Bajé a los tumbos a la recepción y pedí agua, como un boxeador en el último round.
Vi que el desayuno estaba siendo servido y decidí aprovechar el envión. Bajé la compu y escribí dos jornadas luchando contra mi mente medio aletargada. Me tomé tres cafés al hilo, y un regimiento de medialunas. Después de eso ya me encontraba casi normal.
Algo estaba distinto, sin embargo.
Me costó un rato darme cuenta que había recuperado mi estado viajero, perdido en los últimos días por la pesadumbre que da volver. Si, estaba como nuevo, con mi energía renovada. Lo supe inmediatamente cuando empecé a ver, como con una lupa, cada cosa que pasaba a mí alrededor. También podía escuchar agudamente las cosas que sonaban en las mesas contiguas, todo me interesaba.
Si, estaba de vuelta.
Suspiré aliviado, sin preocuparme por el tiempo perdido.
Veamos. En una mesa grande un grupo de encuestadores, con pilas de papeles en las manos, se preparaban para atacar a un “universo” ABC, con una batería de preguntas. Había un líder que los aleccionaba, como si fueran a la batalla.
Me interesó muchísimo la dinámica porque hace muuuuuuchos años, trabajé de eso por espacio de un mes, haciendo una encuesta pre-eleccionaria. Me acuerdo perfectamente que era muy difícil lograr que alguien prestara su tiempo para responder 50 preguntas (algunas empresas de encuestas mandan cuestionarios con dos o tres baterías diferentes, para aprovechar la oportunidad). Como uno cobraba por encuesta realizada la tentación de falsificarlas era grande, y el riesgo también. La mayoría de los encuestadores, supongo, no duran mucho, por esas mismas razones. Y esto, a la vez, debería explicar los extraños pronósticos que resultan de vez en cuando.
En otra mesa, casi pegada a mí, un tipo hablaba a los gritos por teléfono. Porteño, claro. Me dio la impresión que quería mandarse la parte. Fanfarroneaba con un asunto patético de un diez por ciento en un negocio, dándose aires de rey de las ventas y pontificando acerca de cómo se hacían los negocios. Me imaginé la cara que estaba del otro lado de la línea, una cara que tenía rasgos de oreja aburrida.
Otra mesa, dos chicas. Hablaban bajo, no pude escuchar la mayor parte de la conversación pero por los pocos fragmentos que rescaté estaban pasando revista de una salida la noche anterior. Aparentemente se burlaban de los dos tipos que les habían tocado en suerte. Cuando las mujeres se ponen en ese plan son muy divertidas, me lamenté profundamente no acceder a toda la conversación, pero sus gestos eran elocuentes.
El aire acondicionado del comedor invitaba a quedarse para siempre, pero a mí me esperaba un desierto, y se hacía tarde. Hacía un calor histórico afuera, a pesar de la hora temprana. Pase por la plaza y saque un par de fotos, luego me dirigí al estacionamiento.
Todo el mundo estaba vestido diferente que anoche, con otro ánimo.
Agarre la avenida, como me indicaron, y muy pronto estuve saliendo de la ciudad. Llegué a Loreto que está situada justo en el borde del desierto, pero antes de cargar combustible pare en una especie de plaza homenaje a las Malvinas donde hay un gigantesco avión al alcance de la mano.
Me encantan los aviones monumento, uno no tiene muchas oportunidades de acariciar un ala, pararse debajo de un motor, o descansar bajo la sombra del pájaro gigante. Me hubiese gustado subirme, pero estaba medio complicado. Saque un par de fotos y seguí.
Entre Santiago y Loreto todo es bastante verde, así es que, si no conoces lo que sigue, podes cometer el mismo error que cometí yo la otra vez que pasé por aquí, en dirección contraria: no comprar agua. Muy mal, Segundo, muy mal. Esta vez me “muní” (dios mío, que palabra rebuscada) de una buena botella.
Adelante.
Un kilómetro después de Loreto todo se transforma y el verde huye como una rata. El desierto aparece en todo su trágico esplendor. Vegetación rala a ambos lados de la ruta, calor, cabras, algunos ranchos sin sombra y decenas de puestos que venden dos cosas: palos raros y cactus. Lo más extraño es que todos tienen un cartel que dice “se venden tortugas”
¿Dónde están las tortugas? Nadie sabe. Quizás les llamen tortugas a esos palos con ramas peladas, o a los cactus. Los puestos están solos, como si se atendiesen por su propia cuenta. Estuve tentado de parar para ver adonde se escondían los vendedores, pero me pareció una maldad.
Hay un puesto cada doscientos metros, durante kilómetros. Al costado de la ruta, cada tanto, algunos ranchos sin trazas de actividad humanoide.
Sigamos.
Hay algo que no había calculado: el viento en contra, furioso, despiadado y con mucho músculo aéreo, aparece de apoco y se despliega con todo lo que tiene. Hace que la moto se bandee de un lado a otro, como si yo fuese una vela y anduviésemos sin quilla. Tengo que poner mucha garra para mantenerla en línea. Cada tanto se embolsa en mi cuerpo y me tira para un costado. Una lucha, pero, como dice Serrat en “Bienaventurados”:
“…y si en cada alegría hay una amargura,
todo infortunio esconde algunas ventajas”
Increíblemente el viento es fresco. Viene del sur y hace que el calor casi no se sienta ahora. Una de cal, otra de arena.
Me cruzo con un nuevo grupo de motoviajeros, para variar. Saludos. ¿Adónde irán? Seguramente, por la manera que van equipados, van muy lejos. No sería raro que se dirijan al Perú. Es muy triste que todos vayan cuando yo vuelvo.
Se terminan los ranchos y las artesanías. Solo quedan las cabras, siempre sueltas y al borde de la ruta, pellizcando hábilmente la poca vegetación que crece entre la sal y los cactus. Más o menos a medio camino entre Loreto y Ojo de Agua (donde termina el desierto) hay un lugar, un paradero, llamado “el oasis”.
El nombre es un despropósito, no tiene ni un árbol. Se trata de un comedor solitario, pegado a una estación de servicio en ruinas. Está como para hacer una película de un viajero que se detiene y es secuestrado por zombies o vampiros (Como en “Antes del amanecer”)
Unos kilómetros después hay un cementerio.
El asunto es el siguiente: si no hay prácticamente nadie viviendo por aquí, ¿de dónde se abastece de materia prima? Es, sin lugar a dudas, un hecho curioso. La población más grande de toda la zona vive debajo de la tierra.
Veinte kilómetros después, un pueblo. Ok, tal vez el cementerio les corresponda pero ¿Por qué ponerlo tan lejos?
Me imagino el que quiere ir a llevarle unas flores a su vieja, un domingo calcinante, dándole a la bicicleta, hasta quedar exhausto. Qué manera de complicar las cosas, viejo… (decirlo con voz de taxista)
Sigo. Está pasando algo raro. A pesar del viento, un poco de frente y otro poco de costado, como si viniese al sesgo, voy a 130/140 km por hora. No es que lo haya decidido, es como si la Peregrina eligiera su propia velocidad. Esto explica, en parte, porque me sacudo tanto.
Hay una curva en donde todo se pone blanco. Paro para sacar una foto de la moto con el salitral detrás. A ver un poquito más de perspectiva, un poquito más, piiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii, un auto me pega un susto tremendo, yo estaba parado en medio de la ruta y, por el viento, no lo escuche venir.
Que flor de pelotudo.
¿Qué decía el viejo Tao Road?
Atento, atento, no termina hasta que termina.
Vuelvo al camino, el desierto empieza a aflojar, en una escuelita perdida veo una maestra haciendo dedo. Paro. En el momento que llego a la banquina me pasa un auto último modelo, zumbando. La chica rehúsa subirse a la moto, le estaba haciendo dedo al auto. Llegando a Ojo de Agua están montando tres molinos de viento gigantes, de esos que hacen electricidad. Paro para ver las hélices que están en el piso. Son gigantes. ¿Cómo las van a subir?
Ni idea.
Ojo de agua es un lugar raro. Como toda población de frontera tiene algo especial. Paro en la estación de servicio del ACA y me tomo un café en las mesitas de afuera. Pegado a la estación hay un pequeño hotel, muy simpático. Estuvimos aquí en el viaje a Bolivia que hicimos con Sol (el mismo que me olvide de llevar agua) ¿Nostalgia? No, es lindo volver a pasar por un lugar donde estuviste y sucedieron algunas cosas. Es como si algo de tu energía hubiese quedado esperándote.
Los tipos de la mesa de al lado hablan de caballos, y de carreras de caballos. Si, ya estoy en la argentina, los caballos son importantes, mucho más que las vicuñas, por ejemplo. Doy una vuelta por el pueblo, completamente al pedo. No sé qué me pasa, estoy casi alegre, jodón, con ganas de curiosear.
Apenas salgo de Ojo de Agua entro en Córdoba, y el paisaje cambia. En un rato más empieza a aparecer una zona agrícola, bellísima. Hay trigo sembrado. Unos 300 o 400 kilómetros antes estaban trillándolo, aquí todavía está verde o empezando a madurar. Si el trigo fuera el personaje de mi historia estaría yendo hacia atrás en el tiempo, de la vejez a la niñez.
Se ven las sierras a mi derecha, cada vez está todo más verde.
He pasado muchos puestos policiales desde que entré en Argentina, cada vez que me ven hacen el gesto de estar enterrando un enano liviano en la tierra (“más despacio, aflojá”) A los autos no les hacen ese gesto. Discriminación, si fuera joven saldría con una pancarta.
Paro en otra estación de servicio para ver si Carlos Calvo (más conocido en el Kawaclub como “Atun”) está en la ciudad de Córdoba. Justamente tengo un mensaje de él en el Face, me ha dejado su teléfono. Lo llamo y quedamos en encontrarnos.
El viejo Tao Road tenía razón.