por Segundo el Sab May 31, 2014 1:04 am desde Laboulaye, Cordoba, Argentina
30 de mayo
Aquel que haya leído la Odisea – o haya oído la historia- puede quedar tocado para siempre. Si uno consigue acostumbrarse al estilo del original, que por momentos es algo pesado, (recordar que tiene 3000 años, y sigue siendo leído, hazaña difícil de superar por una novela) el lector encontrará una matriz, o modelo, de cómo es un gran viaje.
La Odisea no es inalcanzable, todo viaje tiene, tiene que tener, una resonancia armónica con ese relato. No se necesita que te corra un ciclope, o te capture una diosa en una isla para trincarte sin parar durante años, después de haber convertido a tus compañeros en cerdos.
No es necesario (me estoy riendo solo.) Basta que algo de ese espíritu de aventura nos toque, basta un reflejo, para que uno sepa lo que vivió Odiseo, para que uno sea Odiseo.
Busco eso en este viaje, lo confieso.
No soy un intrépido. Tengo miedo en cada frontera, en cada ruta desierta, y también algunos demonios que me muerden el culo a menudo. Pero el espíritu humano fue nómade durante milenios, y tantas jornadas de ese gran viaje del homo sapiens tienen que haber dejado recursos en nuestro ADN.
Intuyo que ese saber está adentro de cada uno de nosotros, latiendo.
O si no Marco Polo, por darles un ejemplo tano-tano. No es ficción, él escribe su diario de viaje. Recorre todo un mundo desconocido y anota, meticulosamente, con alma de cartógrafo y de antropólogo, los más minuciosos detalles de la ruta de la seda. No le pasan las cosas que le pasaron a Odiseo, no olvidemos que era un comerciante, y un explorador, pero lo llevan los mismo vientos.
Otro ejemplo - contemporáneo- es Emilio Scotto. Cuando era niño recibió un atlas de regalo y se propuso conocer todos los países del mundo. Cuando tenía 35 años salió con su moto y 300 dólares (que le robaron a poco de andar) a cumplir su leyenda personal. Dio dos vueltas al mundo consecutivas, 10 años seguidos de viaje, conoció 250 paises y es millonario en historias.
El Mito, y el Hombre, no están tan lejos uno del otro.
Bueno, me agarró un ataque de solemnidad insoportable. Disculpen, a veces me pasa, es como ser epiléptico, te viene, y no podés hacer nada. Volvamos a lo nuestro, pues.
Salgo a buscar un adaptador para el cargador de la cámara. Tiene las dos patitas chatas, en diagonal. Necesito que mute a dos patitas chatas, en paralelo.
(Nota mental 2: ¿porque catzo hay tantos sistemas distintos de algo tan universal como la electricidad?)
Encuentro un puestito en la calle que vende adaptadores, atendido por una cholita, apenas hago una cuadra. Le hago señas de lo que necesito.
-Ninguno no tiene del chueco, puro recto, nomás, me responde.
Hay que tener en cuenta que para ella el español es como para mí el inglés, no es su lengua madre. De ahí las extrañas –y originales- construcciones del lenguaje. Yo en ingles debo sonar muchísimo peor, por lo menos yo le entendí perfectamente que no tenía, y porqué.
No seguí buscando adaptadores, me aburrí. Decido tomarme un jugo de naranja en otro puestito. Le pido a la señora si puedo sacarle una foto, previsiblemente se niega rotundamente, pero con una sonrisa. Retruco proponiéndole tomar una foto solo del puesto. Acepta pero, desconfiada, se aleja un par de metros.
La tarde está hermosa, hay que decir que no en vano la llaman la ciudad de la eterna primavera. En un rapto de entusiasmo decido ir a navegar la ciudad, en moto.
Y acá tengo que hacer una rectificación pública. Me he pasado algún tiempo burlándome de los GPS, de la gente que usa el GPS para todo, de los que le dan más bola a la gallega que a su atención y “conexión” con el camino. En ruta lo miro poco, pero les puedo asegurar que, en una ciudad que no conocemos, el GPS es una herramienta tremenda. Sigo sin darle un “destino” para que me guíe, porque tengo problemitas con ese tema, pero lo dejo que me muestre, siempre, mi camino en una perspectiva más amplia. Incluso le puse a mi punto de ubicación el icono del águila volando y saqué el autito.
De esta manera tengo más visión, como en un vuelo de pájaro, pero el azar y las viejas técnicas de orientación, como mirar el cristo icónico sobre el cerro para saber dónde estamos, siguen en juego.
Al volver ya es de noche.
Me espera una reunión con los Chakanes, programada inicialmente para las 8. Se rumorea que me van a hacer un pequeño homenaje (cosas de motociclistas) Voy a concurrir con Jaime, que es su miembro fundador, pero es “hora boliviana” y hay que sumarle un tiempo más.
Aquí, llegar a horario, es una falta total de puntualidad.