por Segundo el Vie Jun 06, 2014 2:39 pm desde Laboulaye, Cordoba, Argentina
5 de Junio
Me tomo un taxi para ir al taller a ver cómo va el service de la Peregrina. Empezamos a conversar con el taxista, le cuento del piquete en la ruta, y de lo bravas que son las mujeres aymaras. Él también es aymara y se decide a darme un consejo:
-Hay que hablarles buenito, suavecito nomás.
Joder, haberlo sabido antes…
Bolivia aun descansa sobre una estructura matriarcal, las mujeres se ocupan de las cosas más importantes y los hombres parecen estar siempre en un segundo plano. Es solo mi impresión, y tal vez me equivoque, pero esa forma cultural parece latir en toda la sociedad boliviana.
Llego al taller, Ruben ha desarmado por completo la Peregrina. Las piezas están desparramadas por todos lados. Aprovecho a husmear cosas que no había visto, por ejemplo la ubicación de la bujía, inexpugnable si no sacas el tanque, el asiento, las cachas laterales. El filtro parece estar en camino, la moto estaría lista para mañana.
Quiero conocer al padre de Diana, la amiga que me hospeda. He leído de corrido un libro de él y me ha parecido excelente. Muy pocas veces se puede conocer al autor de un texto que nos ha gustado, por lo que convenimos un encuentro para almorzar.
En el camino Diana me cuenta una extraña tradición, “las ñatitas”. Se desentierra a alguien que haya tenido una muerte violenta, o trágica. La calavera o “ñatita”, se utiliza para hacer un regalo, a alguien que lo necesite o lo desee. La persona que la recibe le hace un altar en su casa, y la trata con deferencia. Se le piden cosas, y según me entero, la ñatita siempre cumple. Una vez al año, cerca de la fecha del día de los muertos, todas las personas sacan sus ñatitas, ataviadas para la ocasión.
Esta costumbre puede tener algunos inconvenientes. La ñatita cumple los pedidos, pero a su modo. Algunas veces esto puede ser complicado. También puede ponerse celosa, por ejemplo de una pareja del dueño, y operar en contra de sus intereses. Por eso no siempre es recomendable tener una.
Llegamos a lo de Jaime, el padre de Diana. Escritor y artista plástico, un tipo increíble. El tiempo vuela en medio de historias e impresiones sobre la escritura. Hablamos de política, de viajes, de las costumbres bolivianas. Jaime tiene un don irresistible, domina con maestría el arte de la presencia. Sabe escuchar, sabe hablar, le da un ambiente mágico e intenso al momento. Jaime es un artista de la hostia, y lleva esta condición hasta sus últimas consecuencias.
Su fuerza, y seducción, está ahí, precisamente. Compartir el tiempo con él es estar más vivo, más presente. Eso, creo, es lo más bello que puede ofrecer un artista, y un hombre.
Le he pedido a mi amiga que me muestre el casco histórico de la ciudad. En el camino se va encontrando con gente conocida. Nos detenemos en la calle para saludar a un viejo periodista uruguayo que habla exactamente igual que Borges. Es muy viejo, y está muy ido, pero tira frases que me conmueven por su lucidez. En un momento me dice: podemos conversar de algo, pero elijamos un tema, de esta manera podemos llegar a una conclusión, o algo interesante. Un minuto después agrega ¿de donde te conozco?
Me mató con eso, conversar metódicamente, concentrarse en un tópico, es algo muy poco común. La conversación, en general, es una serie de derivadas que no tienen casi hilo conductor. Me hizo pensar en los diferentes planos posibles de dos que conversan, como simple distracción, o pasatiempo, o como una búsqueda que podría llevarnos a algo nuevo, a un descubrimiento.
Llegamos al casco viejo. Una maravilla total. Es justo el tipo de arquitectura que me vuelve loco, muy bien conservada. Una calle famosa, Jaen, creo que se llama, está intacta. Hacia el final de la calle hay una cruz verde y una explicación. Fue colocada allí por la cantidad de fantasmas que habitaban el lugar y que, aun hoy –me dicen- andan dando vueltas, abriendo y cerrando puertas, haciendo ruidos extraños.
Hacia el final del recorrido, entramos en el Museo Etnográfico: tejidos de 1000 años, increíbles, cerámica de una belleza exquisita, muñecas, atavíos. La sala que más me llama la atención es una colección de máscaras, de animales, personajes, demonios, algo realmente digno de verse. Estas máscaras se usan en las fiestas típicas y tienen, cada una, una larga historia y un propósito, pero este relato es demasiado estrecho para explayarme. Si pasan por La Paz, no dejen de visitar este sitio.
Ya ha llegado la noche. Para rematar el día más “cultural” del viaje nos vamos a una exposición de pintura de un tío abuelo de Diana. (Si, muchos artistas en su familia) Típica vernisage en donde todo el mundo charla, toma una copa, picotea bocaditos y no mira los cuadros. El pintor es buenísimo, toda su obra está centrada en el Altiplano, esa inmensa soledad que se te queda impresa en el alma, sobre todo si tenés la suerte de atravesarla en moto.
Hay una serie de pinturas acerca de Tihuanaco, con sus monumentos. La cultura tihuanacota fue hiperavanzada, y desapereció misteriosamente, antes de la llegada de los españoles. Algunos creen que se dirigieron al norte y fueron los antecesores de los Incas.
Yo también tengo que desaparecer ahora. Mañana será mi último día completo en La Paz, una ciudad realmente asombrosa, llena de sorpresas para este ojo que mira y se maravilla.