por Segundo el Dom Jul 27, 2014 8:42 pm desde Laboulaye, Cordoba, Argentina
27 de julio
Si uno se queda completamente quieto y receptivo en un lugar, por un par de días, enseguida empiezan a revelarse los pequeños detalles, esos que cuentan el alma de un sitio.
En Playa Blanca, por ejemplo, son unos cangrejos que aparecen al atardecer. Nos encantó uno que construía su casa. Salía de su cueva y arrojaba una “palada” de arena a una pila con un gesto muy preciso. Nuevamente a meterse (después de observar desconfiadamente el entorno) juntaba más arena y volvía a hacer su trabajo de albañil. Cada vez que tiraba la arena nos daba un ataque de risa, totalmente injustificado. El cangrejo ni bola, ni un rictus de ofensa, nada.
Conocimos una pareja de colombianos de Bogotá. Empezaron a beber whisky al atardecer. Nos convidaron amablemente pero la dejamos pasar, si aceptábamos iba a ser difícil seguirles el ritmo. A eso de las 10 de la noche ya estaban en un estado de alegría monumental. Agarraron y se llevaron al agua uno de esos torpedos inflables que se tiran con una lancha, y que tienen unas manijas en donde uno se agarra para no caerse.
Lo echaron al agua y se subieron. El, completamente ebrio, pero con gran elegancia, se paró y empezó a saltar como un mono. Después hizo una serie de acrobacias complejísimas, sin caerse. Nos tentamos nuevamente, como con el cangrejo. La marea empezó a llevárselos y el mar nocturno se los tragó.
Mucho rato después empezamos a preocuparnos, no volvían. Imaginé un operativo rescate, organizado a las apuradas. En el horizonte se veían algunos rayos, porque se avecinaba una tormenta. La situación perfecta para empezar una mala película yanki. Por suerte volvieron, después de una hora, arrastrando el torpedo por la orilla. Ella, al pasar, me dice “nos enloquecimos” con la piel toda roja y los ojos desorbitados. No hacía falta aclarar.
Se van a dormir un poco después. Nos quedamos sentados frente al mar hablando de mil cosas con Sol hasta que decidimos seguirlos. Entramos al cuarto y nos acostamos. Estamos bastante cansados pero apenas apagamos la luz sentimos que todo el hotel se mueve rítmicamente. ¿Un terremoto? No. La pareja de marras está en el cuarto de al lado, recreando un hit tropical que dice “serrucho, serrucho, serrucho, esta noche te voy a dar serrucho”
Risas, nuevamente, pero contenidas, no queremos ser descorteces. De cualquier manera la arquitectura de la cabaña requiere un refuerzo estructural, una docena de parejas más a este ritmo y el “trabajo” puede echar abajo la construcción.
A eso de las dos de la mañana Sol me despierta. Se ha desatado una tormenta tremenda. Voy a chequear la moto y ver si la puedo tapar con algo. No hay nada, pruebo con una mesa de plástico. Ridículo. La dejo. Bueno, le hacía falta una lavada, pobre Peregrina. Vuelvo al cuarto en medio de la oscuridad. Hay un palo de madera que atraviesa el pasillo a un 1.72 metros de altura. Lo sé porque cada vez que paso me roza el pelo. No quiero ni imaginarme cuantos nórdicos se la dieron en medio de la frente, en plena oscuridad. Entro al cuarto y me acuesto hasta que noto que empieza a llover, pero adentro.
Interesante. Prendo la luz y nos miramos con cara de pregunta. Se me ocurre un plan B, irnos a otro cuarto. Abro la puerta de uno que calculo está vacío. Sorpresa, no lo está. Dos cuerpos desnudos, enroscados en la oscuridad. Retirada precipitada. Nos tapamos con las camperas de moto pero por suerteal poco rato, deja de llover adentro y afuera.
Otra mañana más en el bello culo del mundo.
Me he despertado con la idea fija de sacar la moto de esta playa, a como dé lugar. Hacemos un viaje explorativo por el posible camino de vuelta. Voy viendo cada piedra y los fatídicos troncos que ya me atraparon a la ida. Es difícil, pero posible.
A eso de las 10 de la mañana llega otra oleada de invasores. Aprovecho para manguearles ayuda para sacarla hasta la arena mojada. Allá vamos. Le meto con la confianza del que ya no puede volverse atrás. Es una confianza inducida por la necesidad, por supuesto, nada que se sustente en hechos reales. Al contrario, todo me indica que si llego va a ser de milagro.
Paso las piedras y los palos con una estrategia suicida, meterme por el agua. Me pega una ola y casi me tira a la mierda. Pobre peregrina, debe estar comiendo sal a lo loco. Esto me va a oxidar hasta las partes de plástico.
Luego un tramo de arena bastante firme, y la prueba final, subir nuevamente por la arena floja. Tomo carrera y apunto entre dos reposeras con dos turistas asombradas. Les paso finito, ya casi quedándome sin motor. Estoy arriba. Dejo la moto cerca de la entrada, donde comienza la trilla en medio del mato y vuelvo caminando. Solamente Sansón podría robarme la Peregrina ahora, pesa como mil kilos en estas condiciones.
Decidimos relajarnos antes de partir y aprovechar la playa pero nos atacan dos masajistas. No gracias, le digo a la que ya me está haciendo masajes en los hombros. “Es que acaso no quieres que te toque una negra?” jejeje, que piola la mina, me quiere entrar por el lado del sicópata. A mal puerto vas por agua, nena, te encontraste con la horma de tu zapato (aunque aquí nadie usa zapatos)
-No, respondo, no es eso, es solo que aquí te cobran todo el doble, y solo somos viajeros.
Ella no desiste y le ofrece un masajito “de muestra” a Sol. Acto seguido empieza a trabajarle la moral “uy niña, que mal estás, estas cervicales están para el quirófano” ¿No será mucho? Y luego ataca por donde sabe que duele “¿Es que no te hace masajes tu novio?”
No, dice Sol.
Ah, mi compañera se pasó al bando enemigo, que ingrata sorpresa. La otra chica me agarra el pelo y trata de convencerme de que me haga unas trenzas, que va a quedar chévere. No, gracias, no hay nada que me pueda mejorar, ni siquiera una transmigración instantánea. Insiste, va a hacer una de muestra. Ataca con un peine tratando de preparar el terreno, pero se le complica, mi pelo ya está creando rastas naturales, es un verdadero apocalipsis capilar. Digo ay porque me tira, la otra dale que dale con el tema de que tu novio no te hace masajes, estoy a punto de perder la paciencia. Por suerte Sol, ya cebada por la muestra gratis pregunta cuánto cuesta.
Casi se cae de culo cuando le dicen. Pobres minas, deben haber pensado que éramos estrellas de rock. Les doy algún dinero por el esfuerzo y se retiran, bastante disconformes.
Cuando era chico soñaba con tener una maquinita que hiciera billetes. Me vendría bárbaro ahora, dejaría contentos a todos los que andan buscándose el mango en la calle, sin que me importase la mengua del bolsillo. Igual no sé qué haría con tantos sombreros, tantos collares de “perlas cultivadas por mí”, tantos pareos, tantas hamacas paraguayas, fruta, pasajes al paraíso, música en vivo, hombres-estatua, relojes dorados, ponchos.
Supongo que podría ir regalándolos. En la moto no cabe ya ni un alfiler.
Bueno, nos estamos preparando para dejar la playa. Es hermosa y uno se quedaría para siempre si no fuese porque hay que seguir viaje.
Subimos a la moto y llegamos rápido a Cartagena. Hay poco tráfico y todo se hace fácil. Encontramos lugar para la Peregrina, y para nosotros. En la columna de las pequeñas desgracias podemos anotar que la cámara de fotos murió de muerte misteriosa y que perdí mi par de ojotas, únicas llantas aparte de las botas de moto. Mañana, pues, habrá que ver como se solucionan esos dos temas y, también, tratar de sacarle la arena y la sal a la Peregrina y ver un par de quejas que me hizo notar en el camino desde Playa Blanca (falla un poco al arrancar, como si hiciese explosiones en falso y se queda trabado el cable del acelerador)
Por ultimo habrá que decidir que ruta tomamos para retomar el viaje. Aun no lo sabemos, solo contamos con algunos indicios que todavía no alcanzan a tener la fuerza, ni la fe, de un camino certero.